sábado, 1 de junio de 2013

Ingenuos y libertinos

En Derecho Romano los conceptos de ingenuo y de libertino tenían una acepción bien distinta de la que tienen hoy, que tanto abundan ambas especies entre lo que se ha dado en llamar “la ciudadanía”. En la antigua Roma se entendía por libertino al esclavo emancipado y por ingenuo al libre de nacimiento.


Las revoluciones de finales del XVIII, que en sus símbolos externos al menos tanto tributo rindieron a la Roma republicana, decretaron que todos los hombres nacíamos libres e iguales. La libertad y la igualdad nunca se han llevado bien y lo cierto es que cuando nacemos no somos ni lo uno ni lo otro. Por eso, creo yo, se les agregó un tercer concepto que las enlazara, que fue la fraternidad, algo que hasta entonces se conocía por caridad cristiana.


Sin embargo, no fue ésa la acepción de la fraternidad la que haría carrera en las ilustradas democracias masónicas que, en su aversión al Cristianismo, optarían por la versión veterotestamentaria de la fraternidad, que no podía ser otra que la de Caín y Abel o la de Esaú y Jacob o la de José y sus hermanos. El hecho es que de entonces data el enfrentamiento del género humano en “derechas” e “izquierdas”.


A la hora de la verdad, no hay un esquema, por racional que parezca, que no se rompa, y no es raro el caso de amistades fraternas entre más de un libertino y más de un ingenuo. Yo no sé muy bien a cuál de las dos especies pertenezco, pero desde luego he profesado y profeso una amistad fraternal a más de un contrario de lo que yo sea o haya sido en cada etapa de mi larga vida.


Uno de ellos, que tiene mucho de ingenuo y nada de libertino, me confiesa su preocupación por el estado de cosas actual del que en el fondo viene a culpar al “anterior Jefe del Estado” cuando me dice que el actual jefe del Gobierno, también gallego, se abstiene de tomar decisiones y deja que el tiempo las tome por él. Comparar a estos dos gallegos es como comparar, verbigracia, a don Blas Infante con don Miguel Primo de Rivera, andaluces los dos.


Estas simplificaciones son propias de eso que llaman “la memoria histórica”, ese charco en el que los libertinos, tanto de izquierdas como de derechas, se han zambullido de cabeza salpicando a más de un ingenuo que se había acercado en demasía. Pese a ver él el presente tan negro como yo veo el futuro, somos tan optimistas el uno como el otro, y coincidimos en que en peores situaciones nos hemos visto y hemos salido adelante. Lo que pasa es que su optimismo es, sospecho yo, el optimismo del demócrata que cree en los derechos humanos y el mío el del cristiano, que cree en los valores eternos.


Dicho en otros términos, él espera que sea la democracia la que se salve; yo en cambio lo que quiero es la salvación de la patria, de la nación, en una palabra, de España. Esa salvación de España no puede venir de lo mismo que la ha puesto al borde del aniquilamiento. Mucho se ha criticado a los altos jefes militares que, al pasar a la reserva, han proclamado en voz alta un sentido de la patria que hubiera supuesto su destitución fulminante cuando estaban en activo.


Ahora resulta que son anteriores jefes de Gobierno, tanto de la izquierda domesticada como de la derecha vergonzante, los que a su vez se lamentan de un estado de cosas al que por activa o por pasiva tanto contribuyeron cuando ejercían el poder. El caso es que democracia y patriotismo nunca han hecho buenas migas en España a lo largo del par de siglos en que se vienen enfrentando.


Yo he comparado más de una vez la vigente Constitución, entre otras muchas cosas, con el lecho de Procusto, en la que España cabe si se le amputan un par de regiones, pero no tengo inconveniente en compararla con un cajón de sastre, o incluso con el armario de Antonio Gala, que cuando fue a meterse no pudo, de tan lleno que estaba. Igual de lleno está el armario de La Nicolasa, en el que, como en esas discotecas de moda, da la impresión de que la empresa ha vendido diecisiete veces más entradas de las que admite el aforo del antro.


Los libertinos que lo ocupan: rubianes, garzones, aborteros, perroflautas, separatistas, feministas, militantes de los grandes partidos dizque nacionales, desde la derecha que no quiere decir su nombre hasta una siniestra (perdón por el italianismo) cada vez más asilvestrada, son legión y se entredevoran en una orgía demoníaca ante el estupor de los ingenuos que por colocar a la patria por delante del sistema son estigmatizados como “españolistas”, que es por lo visto lo último que cabe ser en España.


*Aquilino Duque es escritor






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