El primer ministro japonés Shinzo Abe pretende tomar aire antes de iniciar una nueva ronda de decisiones económicas con las que tratar de corregir el estancamiento económico de su país. Con esa idea volvió al gobierno al final de 2012, pero los resultados no le han acompañado en estos dos años. Continuar en el empeño, pero con una mayor fortaleza política, es la justificación de la convocatoria de elecciones anticipadas.
Con los datos disponibles, la economía japonesa contrajo su ritmo de crecimiento un 1,6% entre julio y septiembre, en términos anualizados. La decepción es evidente dadas las previsiones de crecimiento del 2,2% que se habían proyectado para ese periodo. La contracción define la cuarta recesión desde el inicio de la crisis y puede explicarse en gran parte por la reacción de la demanda de las familias al aumento en el impuesto sobre el consumo del pasado abril. Un golpe serio a la Abenomics: esa tríada de actuaciones o las tres flechas —reformas, estímulos monetarios y expansión fiscal— destinadas a garantizar un crecimiento sostenido y el definitivo abandono de la deflación. Se trataba de las acciones económicas más agresivas que ha tomado Japón desde que entrara hace casi dos décadas en recesiones sucesivas con deflación. Algo se ha conseguido: depreciar el yen de forma considerable y renovar parcialmente el estado de ánimo de los empresarios.
Pero es verdad que la decepción domina. En realidad, como destaca el Banco Mundial, la economía japonesa ha crecido un 0,95% de promedio entre 1991 y 2013. Ahora es bastante probable que el gobierno retrase la segunda elevación del IVA, prevista para octubre del año que viene, con el fin de no deprimir aún más el consumo.
Eso no será suficiente para conseguir apoyos de los grupos de población más dañados por el estancamiento, debido a la percepción de que las flechas lanzadas por Abe han podido mejorar más a las grandes empresas, desde luego a las exportadoras, que a las pequeñas y a las familias. La mayoría de la población, sin embargo, contempla con inquietud la hipoteca que supone tener una deuda pública que ya supera el 240% del PIB, aunque es cierto que su financiación, casi en su totalidad con ahorro japonés, nunca ha ofrecido el más mínimo problema. No ha de extrañar que, tras esos registros de la tercera economía mundial, en la última reunión del G20 se advirtiera del impacto depresivo sobre las previsiones de crecimiento de la economía mundial. Esa recuperación global es probable que sea tímida, desigual en su alcance y poco generadora de empleo. Un escenario en el que no solo Japón actúa como lastre, sino la propia eurozona.
El diagnóstico de las economías europeas que comparten moneda no es mucho más esperanzador. El crecimiento conjunto no repunta del 1%, cuesta reducir el desempleo y la inflación es históricamente reducida. Las políticas fiscales siguen siendo muy distantes de las que aconseja el sentido común y la política monetaria todavía no ha tomado las decisiones que otros bancos centrales abordaron hace años. Haría bien el nuevo presidente de la Comisión Europea en concretar cuanto antes su plan de inversión paneuropea; y las autoridades alemanas en analizar lo que ocurre en Japón cuando se retrasan demasiado los estímulos a la demanda.
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