A la hora de aclarar si el gas de Azerbaiyán puede ser una alternativa al de Rusia y abastecer a Europa en medio de los enfrentamientos comerciales entre Moscú y Bruselas, Elshad Nassirov, vicepresidente de Socar, la petrolera estatal azerí, se esfuerza para mantenerse hermético. Pero, entre líneas, deja caer: “El gas cuesta menos que el petróleo, y con esta nueva infraestructura Europa tiene una alternativa más”. Se refiere al Southern Gas Corridor, el gasoducto cuya construcción se inició el pasado 20 de septiembre y que tendrá la difícil tarea de contribuir a reemplazar las ventas de petróleo —en declive tras dos décadas de bonanza— en la balanza de pagos del país surcaucásico.
Nassirov habla sentado en una silla de piel blanca de una aséptica sala en el Centro Heydar Aliyev de Bakú, un imponente edificio diseñado por la arquitecta iraní Zaha Hadid, y un vistoso símbolo de la metamorfosis vivida por la capital de Azerbaiyán gracias a los beneficios del comercio de crudo. Sus medidas palabras tratan de evitar un choque con el imponente vecino ruso, y al mismo tiempo dejan entreabierta la puerta a un papel clave de su país en el abastecimiento energético del Viejo Continente.
El mismo día de la puesta en marcha de las obras, la ex república soviética celebró el 20 aniversario del contrato del siglo, el acuerdo con ocho países y 13 petroleras internacionales que llevó a la construcción del Baku-Tbilisi-Cheyhan, el oleoducto, que permite llevar el crudo azerí a Europa a través de Turquía. La nueva infraestructura, controlada en un 30,1% por la británica British Petroleum (BP) y que se tiene previsto entrar en servicio entre 2019 y 2020, deberá llevar el gas del yacimiento de Shah Deniz a Georgia, Turquía, Bulgaria, Grecia y Albania hasta el sur de Italia. El Gobierno ha establecido acuerdos por 30 años con los países que cruzará el nuevo gasoducto, aunque con Turquía el pacto es por 49 años.
La elección del mercado europeo es para Azerbaiyán una decisión obligada: “Al norte tenemos Rusia, el gran gigante energético; al sur otro importante productor, Irán; al este, los enormes yacimientos de Turkmenistán y Kazajistán. Pero al oeste hay un paraíso lleno de consumidores”, admite el vicepresidente de Socar. Y más allá de la difícil conquista de una porción de este edén, el gas juega un papel fundamental en la situación interna del país. Según los datos del anuario estadístico de BP, la producción de crudo, del que depende casi integralmente la economía azerí, se redujo desde los 1.023 millones de barriles anuales de 2010 hasta los 877 millones del año pasado.
BP calcula las reservas probadas de gas azerí en 900.000 millones de metros cúbicos (0,5% del total mundial). Pero el aumento de la producción, que se incrementó desde los 15.600 millones de metros cúbicos de 2012 hasta los 16.200 de 2013, podría no ser bastante para garantizar el crecimiento económico del país y afianzarlo como gran proveedor para Europa.
Azerbaiyán no solo cuenta con el gasoducto para intentar asentarse en el mercado de la UE. También está pujando para hacerse con el 66% de Desfa, la empresa distribuidora de gas griego, que debe ser privatizada por el Ejecutivo de Antonis Samarás.
A largo plazo, el plan es expandirse. “La capacidad del Southern Gas Corridor no se limita a los 16.000 millones de metros cúbicos de la fase inicial. Toda la infraestructura está pensada para alcanzar los 60.000 millones de metros cúbicos, aprovechando nuevos yacimientos que estamos explorando. La tubería ya es más ancha en el tramo turco”, explica Nassirov.
En su último informe sobre la economía de Azerbaiyán, el Banco Mundial pone en duda su capacidad de mantener el crecimiento del 5,8% del PIB que alcanzó el año pasado: “Es improbable que los nuevos yacimientos de gas garanticen los niveles de beneficios que la venta de petróleo ha asegurado hasta ahora. Para alimentar las mejoras de su economía, Bakú tiene que encontrar nuevas fuentes de crecimiento”.
Una visión corroborada por Simon Pirani, investigador del Instituto de Estudios Energéticos de la Universidad de Oxford: “El Mar Caspio entraña recursos de gran envergadura, pero también impedimentos logísticos: la difícil posición geográfica dificulta la provisión de plataformas petrolíferas. Los principales yacimientos de gas azeríes Shah Daniz 2 [gestionado por BP] y Absheron [gestionado por la estadounidense Chevron], producirán entre 4.000 y 5.000 millones de metros cúbicos de gas cada años en 2020. Un buen resultado, pero no es suficiente si consideramos que el mercado europeo oscila entre los 450.000 y los 500.000 millones anuales”.
Para que Asia Central se consolide como un proveedor energético de Europa las reservas de Turkmenistán y Kazajstán parecen imprescindibles. Nassirov aclara que China no figura entre los clientes de Bakú, y que “si lo países al otro lado del Caspio quieren usar el Southern Gas Corridor para sus exportaciones, lo podrán hacer gratuitamente”. Pero la construcción del gasoducto a través del Caspio, necesario para conectarlos con Azerbaiyán, no parece viable: “Las disputas legales con los demás países ribereños, que incluyen dos gigantes como Rusia e Irán, también en contra del proyecto de un punto de vista geopolítico, la hacen altamente improbable”, asegura Sergei Vinogradov, profesor de Derecho de los recursos naturales de la Universidad escocesa de Dundee.
Así que los abundantes recursos de esos países se están encauzando hacia otros destinos: El gas de Turkmenistán era la base del proyecto Nabucco, el gasoducto que hubiese tenido que llegar desde el Caspio hasta Austria. Pero ya es tarde: desde 2009 vende a China 20.000 millones de metros cúbicos de gas al año. Esta relación comercial se ha consolidado el pasado 4 de septiembre, cuando los presidentes de los dos Estados inauguraron la explotación del yacimiento de gas Galkynysh, el segundo más grande del mundo. Según las autoridades turcomanas, en 2020 la cantidad de gas exportado a China se elevará hasta los 65.000 millones de metros cúbicos anuales.
Frederick Starr, presidente y fundador del Instituto de Estudios de Asia Central y del Cáucaso de la Universidad John Hopkins de Washington, identifica en la miopía politica de la UE el principal motor de esta evolución: “Tras el colapso de la URSS, Europa tuvo una gran ocasión para aprovechar los recursos energéticos de Asia central, ya que todas las infraestructuras de transporte estaban orientadas hacia Moscú. Pero cada vez que se descubría un nuevo yacimiento en Turkmenistán los europeos desestimaban su potencial. Y, con el tiempo, veían que equivocaban”. Con el crecimiento de los nuevos mercados, dar marcha atrás se preanuncia complicado: “¿Por qué los países centroasiáticos, cercanos a dos gigantes sedientos de energía como China e India, y que tienen como nuevo potencial mercado un país con 182 millones de habitantes como Pakistán, deberían concentrar sus esfuerzos en abastecer Europa?”.
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