miércoles, 5 de junio de 2013

Los viejos mosqueteros nunca vuelven

Que el guerrismo, otrora potente corriente interna del PSOE, resucite es algo todavía mucho más improbable que lo haga el aznarismo. Ocurre con las viejas glorias de los partidos políticos algo parecido al efecto pica-pica, que de vez en cuando se extienden en el ambiente de los instalados provocándoles un estornudo, recordando que existen una esencias, acaso idealizadas, que ni ellos mismos respetaron cuando estuvieron en aquel lugar donde todo era maravilloso gracias a su batuta de mando, aquel momento en el que la patria marcaba un surco rectilíneo viento en popa a toda vela y los tripulantes del barco eran felices y prósperos. Hasta que el barco, que era pura atracción turística, se derrumbó como un castillo de ladrillos de ocasión. Y los ladrillos, ya se sabe, ni flotan ni surcan mares. Todo era puro efecto visual. Pero eso, dicen, fue culpa de otros, de los herederos incapaces.


Alfonso Guerra cuenta ahora, con la sorna de la que carece un José María Aznar (más inclinado a la sobriedad castellana), cosas interesantes en su último libro de memorias Una página difícil de arrancar. Un análisis de su vida política desde 1991, es decir, desde que el Alfonso Guerra con mando en plaza como vicepresidente del Gobierno y poli malo de Felipe, mano férrea y despiadada (“Quien se mueva no sale en la foto”), dio paso a otro personaje distinto: pepito grillo de su partido, portador del tarro de las esencias socialistas, corrector de rumbos desnortados. Alfonso Guerra, José María Aznar: llueve sobre mojado. Paradigmas de la vieja política, porque de esta crisis saldrá otra cosa, incierta aún, pero distinta. Polvos pica-pica en dos partidos en los que un día mandaron muy a gusto y en los que hoy están de alguna forma, a disgusto, pero están.


Alfonso Guerra sigue calentando su escaño en la Carrera de San Jerónimo, más de 30 años ya, es el diputado de mayor antigüedad. Posiblemente se aburre tanto allí como José María Aznar dando conferencias y asesorando a algunas multinacionales. Guerra tiene su FAES, que es la Fundación Pablo Iglesias, pero quien ha tocado poder macizo lo añora durante el resto de sus días como Eva el mordisco de la manzana prohibida.


Alfonso Guerra entra y sale del hemiciclo casi siempre taciturno, suele atender con amabilidad a los periodistas y no se muerde la lengua. Reflexiones interesantes hace, y eso no se le puede negar, tan interesantes como las de José María Aznar, que reflexionar es gratis y no cotiza en el BOE. En la obra que ahora pone sobre el tapete lanza unos cuantos dardos contra la línea de flotación socialista, dardos, por otra parte, cargados de razón, a saber: que el socialismo español lleva años con el norte perdido, que Felipe González murió de éxito el día que se rodeó de aduladores hambrientos de poltrona, que el zapaterismo ha sido la gran desgracia del PSOE, que en algunos territorios de España la línea divisoria entre el programa socialista y el nacionalismo más descaradamente separatista es inexistente, y que en los últimos años el lobby feminista ha tenido mucho peso en algunas decisiones como la aberración de permitir que las adolescentes puedan abortar sin permiso de los padres.


Y una perla contra Garzón que no tiene desperdicio: el juez estrella, finalmente estrellado por prevaricador, quiso cobrar en B, o sea, en sobre, una compensación económica cuando se abrazó al PSOE para ser ministro de Interior, operación que finalmente no salió bien y tantos quebraderos de cabeza produjo en las postrimerías del felipismo con el juicio de los GAL.


Alfonso Guerra, en fin, destapa el tarro de las esencias y se entretiene un buen rato con las viejas batallas. Se podrá decir que es toreo de salón, igual que el de Aznar pero aún más apolillado pues los tiempos de Guerra pasaron ya sobradamente y Aznar mantiene una capacidad de movilización todavía envidiable. ¿Qué pretenden con sus andanadas verbales? Esta no es la pregunta más acertada o conveniente. Sería más acertado preguntarse qué ocurre en una sociedad que aún se entretiene tanto con los viejos referentes, aguas pasadas que no volverán. A veces el vértigo ante un futuro tan incierto como el que se nos presenta en el horizonte más cercano, produce efectos ópticos como lo que hemos vivido durante estos últimos días, como si existiera un pasado que nos pudiera redimir. Por desgracia, o por suerte si conseguimos hacerlo bien, Alfonso Guerra y José María Aznar serán páginas anteriores a la crisis, ese tsunami que obligó a replantearnos nuestra arquitectura institucional. Y si no es así, habremos cerrado la brecha en falso.


*Javier López es periodista.






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