jueves, 6 de junio de 2013

La guerra continúa

En nuestro artículo anterior relaté la guerra declarada a España por el totalitarismo separatista catalán. Hablé de guerra porque incluye, desde finales del siglo XIX, batallas y combates políticos y también enfrentamientos cruentos. Desde la Transición esa guerra se mantuvo con el terrorismo de Terra Lliure y, luego, con un desafío implacable y constante a las leyes y tribunales de la nación y, por supuesto, a sus Gobiernos.


Podemos distinguir tres etapas. La del felipismo, en que un régimen como aquel se llevaba bien con el régimen catalán de Jordi Pujol. Ambos desarrollaron sus propios esquemas, su propio poder basándose en sus medios de comunicación, e inculcaron sus ideologías, más fundamentalista en Cataluña que en el resto de España, gracias a una ley electoral injusta y peligrosa. El felipismo terminó malparado. Por el contrario, el separatismo catalán, con una sutil expansión de sus mitos, sacó enorme provecho, no sólo político sino también económico. Con aquella fachada llena de geranios, los españoles, inocentemente, hablaban del “nacionalismo moderado” sin ver, tras esa piel de cordero, el lobo que se escondía ni sus beneficios del tres por ciento.


La segunda etapa coincidió con la época de Aznar. Fue época dorada para el separatismo con los pactos del Majestic y el presidente hablando catalán en la intimidad. La entrega al separatismo del control de la enseñanza fue letal para España; la inmersión lingüística no se pudo o quiso frenar, etc. Y todo, porque en su primera legislatura Aznar tuvo que cambiar cromos con el supuesto “nacionalismo moderado” para poder gobernar debido a esa infame Ley electoral.

La tercera etapa culminó con la victoria política del separatismo. Un jefe de gobierno español, llamado por el jefe de la oposición “bobo solemne”, llevó a España a una situación gravísima cuando prometió en Cataluña lo que no podía prometer respecto de un nuevo Estatuto. ¡¿Cómo?! ¿Que podemos hacer lo que nos de la real gana? El Parlamento catalán redactó su propia constitución. Luego, el PSOE dijo que quedaría limpia como una patena. El PP recurrió al Constitucional. Tras cuatro largos años de cabildeos políticos, aquel texto no quedó como una patena sino con manchas de moho.


A partir de aquella promesa electoralista y suicida, con una Esquerra pactando con los terroristas de ETA, con socialista y comunistas se firmó el indecente pacto del Tinel. Aquel tripartito llevó a Cataluña a una de las más graves crisis económicas de toda su historia. No por ello dejó de gastar para ensalzar las virtudes identitarias y totalitarias del separatismo catalán.


Debido al hartazgo de los catalanes, volvieron de nuevo sus ojos a su “nacionalismo moderado” de derechas. Cuando éste se encontró con el desastre económico heredado, lanzó su propio plan soberanista: España robaba a Cataluña, dijeron. Amplias capas de la sociedad catalana estaban ya empapadas por el separatismo inculcado sutilmente por el clan de los Pujol, de sus seguidores y de los medios, después de más de 20 años de una labor constante y con la enseñanza en sus manos.

El “nacionalismo moderado” se quitaba la careta para presentarse ante España y Europa como representación genuina de un país independiente, porque tras él había una historia propia, una lengua exclusiva, una constitución, unas estructuras de poder, una organización básica del ejército y oficinas de representación de Cataluña para formar su red de política exterior. Estos son los poderes expuestos por el nuevo jerarca del totalitarismo separatista catalán, Artur Mas, apoyado con entusiasmo por los separatistas republicanos (incluidos los comunistas) y con una posición ambigua y dividida del socialismo catalán.


En estos días asistimos a la rebelión abierta de este separatismo contra la Ley. Han asegurado que no van a hacer ningún caso a ninguna resolución de ningún tribunal sobre el derecho a decidir de los catalanes. Porque la “voluntad de las urnas“ está por encima de cualquier otra voluntad, por supuesto, la del pueblo español.


Mientras, el Gobierno sigue siempre a remolque de las decisiones separatistas. No quiere tomar la iniciativa. Ni siquiera se atreve a mencionar el artículo 155 de la Constitución. Se siente eufórico cuando el Constitucional le admite a trámite sus demandas. Actitud defensiva para mí muy peligrosa. ¿Pero es que no os han dicho desde allí que no van a hacerle caso a nadie? Otros buenistas dicen que este separatismo no tiene recorrido. ¡Que Dios bendiga su inocencia! Ojalá esta nueva batalla de esta larga guerra no acabe con España a base de desafíos y chantajes que resultan insoportables.


*Enrique Domínguez Martínez Campos es coronel de Infantería DEM (R).






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